Los aportes indígenas, españoles y africanos se mezclaron entre sí, tanto con productos como técnicas de preparación y conservación e igualmente con utilería y accesorios. De la chacra indígena surge el maíz, el frijol, la yuca, la arracacha, la sidra, el tomate, el ají, la ahuyama y la mafafa; de sus árboles, el aborigen aprovecha un sinnúmero de frutos, de su cacería obtiene danta, iguana, venado, guagua y otros tantos animales de monte; en cuanto a su menaje, se trata sencillamente del ajuar de la guadua, la totuma y el canasto.
Por su parte, el español trae en sus carabelas productos como las lentejas, los garbanzos, el arroz, el aceite y el vinagre; también cebolla, repollo, arveja, rábano, durazno, higo, manzana, pera y muchos más; y ajusta su aporte con la vaca, la gallina, la cabra y el marrano. Entre sus bártulos de ollas, calderos, cubiertos y vasijas aparecen reluciendo la porcelana, el peltre, el cobre y el acero.
Finalmente, el ultrajo esclavo trae escondido entre sus corotos, ñame, el cual añadiría al único aliciente de su vida….la trilogía de caña, plátano y arroz, traídos para su manutención por su amo explorador. Inicialmente las recetas indígenas se fusionan poco a poco con aquellas de la cocina española; años más tarde, ante el remplazo de la mano de obra indígena por la mano de obra africana para la explotación de minas de oro, el recetario en formación termina por recibir importantes aportes culinarios del fogón africano. La sazón innata que posee la mano de la cocinera de color se constituye en el principal de ellos.