En noviembre de 1985, la población de Armero fue destruida por un lahar o avalancha producido por una erupción del volcán Nevado del Ruiz. El lahar es una avalancha de agua, fango y otros escombros que resulta del derretimiento del cono de hielo y nieve, por la actividad volcánica. El que sepultó a Armero tenía un espesor de cuatro a cinco metros por lo menos y se desplazaba a una velocidad de 35 kilómetros por hora.
Aunque la población había sido advertida con anticipación de la posibilidad del lahar, este cogió por sorpresa a casi todos los 28,000 residentes de Armero. Más del 75% de las edificaciones de la ciudad fueron destruidas o averiadas gravemente por la fuerza del alud. Aproximadamente 22,000 habitantes perdieron la vida. Los que vivían cerca de las zonas altas pudieron escapar a sitios más seguros. Los atrapados en el fango y que sobrevivieron, pasaron una noche de terror y agonía. Muchos damnificados relataron haber visto cómo desaparecían en el fango sus parientes, o haber pasado días sin saber si sus familiares estaban vivos o muertos.
Comparado con el desastre de Managua, el cataclismo de Armero produjo un impacto extremo en la estructura de la comunidad, tanto social como físicamente. Casi todas las construcciones del pueblo quedaron cubiertas por el fango, o gravemente dañadas. No hubo duda del peligro que representaba la situación geográfica del poblado, y se prohibió restablecerlo en su lugar original. En lo tocante al daño de la estructura social, la mayoría de los empresarios, profesionales y funcionarios del gobierno (el sector acomodado de la comunidad), vivía cerca del centro y directamente en el trayecto del lahar. En consecuencia, casi todos los líderes sociales, económicos y políticos de la comunidad murieron. Sin tales elementos básicos para la integración social de la población, era imposible restablecer a breve plazo una comunidad similar, aún en otro lugar.
Sin embargo, hubo unos 5000 a 6000 sobrevivientes que tuvieron que enfrentarse a la necesidad de restablecer una vida normal. Muchos contaban con algunos o con todos sus familiares para empezar de nuevo, pero quedaron totalmente desquiciados otros aspectos de sus vidas. No pudieron restablecer su hogar en un medio conocido, física o socialmente. Perdieron todos sus bienes, y casi todos tuvieron que iniciar un negocio nuevo o encontrar otro empleo.
De los sobrevivientes mencionados, 3000 a 4000 alcanzaron a llegar a otros pueblos y ciudades en los primeros días después del desastre. Con base en datos de otras situaciones de ese tipo, lo más probable fue que estas personas se dirigieran a los sitios donde tenían parientes o amigos, o como otra posibilidad, que acudieran a sitios donde tenían posibilidades de trabajo. Tuvieron que afrontar el hecho de que su vida nunca seria la misma de antes, pero sus esfuerzos para hallar trabajo y hogar quizá fueron más sencillos que los de los damnificados de Managua, porque las comunidades a las que se trasladaron estaban intactas.
Otros 2000 a 3000 sobrevivientes, entre ellos muchos niños, vivieron durante algún tiempo en hospitales, campamentos de damnificados y otras instituciones. Muchos de ellos sufrieron perturbaciones emocionales en las primeras semanas, especialmente los lesionados por el lahar y los que fueron separados de sus familias durante el desastre o cuando fueron evacuados a las instalaciones médicas.
Los sobrevivientes observados en los campamentos de refugio, unos tres meses después del desastre, por lo general eran pobres desde antes del cataclismo. El hecho de que permanecieran en los campamentos y otros refugios comunales sugiere que no tenían otros vínculos familiares de apoyo o que su preparación básica para trabajar no era adecuada para facilitar su nuevo establecimiento en otra comunidad.
En los primeros meses en los campamentos las necesidades básicas de los damnificados de Armero fueron satisfechas por organismos de asistencia internacional, y se estableció un programa para darles una suma de dinero semanalmente. Los mecanismos oficiales establecidos para ejecutar los programas de alojamiento y ayuda a los damnificados se toparon con dificultades financieras y de organización, lo cual agravó la incertidumbre del futuro de las víctimas.
Observaciones de este desastre y otros semejantes sugieren que los damnificados que confían en los programas oficiales de asistencia pueden llegar a un punto en el que se sientan que tales programas no facilitan, sino que frenan su recuperación, cuando la ayuda que esperaban no se materializa en el plazo de unos pocos meses. La incertidumbre de situaciones de ese tipo, y la falta de control de la persona sobre sí misma cuando está en una posición de dependencia, probablemente causa tensión en muchos.
Siete meses después del desastre de Armero, se señaló que 56% de las víctimas que vivían en los campamentos de refugiados tenían síntomas de problemas emocionales, según los datos de interrogatorios. Factores significativos en su desquiciamiento emocional fueron la pérdida de la esperanza de recibir la ayuda necesaria, insatisfacción con las circunstancias de alojamiento, y problemas de empleo.
Otra característica del desastre de Armero digna de atención fueron las consecuencias económicas observadas en otras comunidades de la región que resintieron poco o nulo daño directo de los lahares. Los efectos de tales avalanchas en la agricultura, la pesca y el turismo de la región ocasionaron un notable deterioro económico en otras comunidades de dicha zona. Las consecuencias de esas situaciones indican que en muchos desastres naturales también es necesario prestar atención al estrés que surge en comunidades vecinas y no solamente a las condiciones que privan en la comunidad directamente afectada por el desastre.
Fuente:El desastre de armero
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